En el otro colegio me sentí diferente y marginada, comencé de nuevo a creer que no valía, una de mis compañeras lo notó y yo acabé confesando cómo me sentía. Mi primer intento de suicidio fue a los nueve años, en quinto grado. Me salí de clases porque me sentía mal, en el baño había un vidrio roto e intenté cortarme las venas. Lo intenté mucho pero solo conseguí un par de rasguños. Mi confidente entró al baño y me calmó, esa vez pude ver en sus ojos miedo y tristeza, sus buenas intenciones no sirvieron de nada.
Yo parecía estar bien casi todo el día, y encerrada en la biblioteca o sola en el pasto conseguía sentirme tranquila. El problema era cuando esa pequeña vocecita subía a mi cabeza y me ahogaba en ella. Era incontrolable y sentía que incluso respirar dolía. Me entraba una desesperación insoportable y todo perdía sentido. Ese sentimiento es peor que la muerte misma.
Así es la crisis depresiva, incontrolable y acaba por consumirte.
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