domingo, 19 de enero de 2014

Y la vida... sigue?

A mi madre le gustaba mudarse mucho, no pasé más de dos años en un mismo colegio por ella y por mi padre. Cuando estaba en quinto grado, estaba empezando en un colegio nuevo y mis padres estaban tratando de intentarlo de nuevo. Vivíamos los cuatro en un apartamento y mis padres comenzaron a tener problemas de nuevo. Mi madre tenía un nuevo novio y mi padre comenzó a sospecharlo. Él tenía mucha rabia en ese momento y me golpeó de una manera que no lo imaginé jamás. Mi madre ya casi nunca iba al apartamento y me sentí muy sola de nuevo. Cuando reuní el valor suficiente para decírselo me llevó con ella y su novio y mi padre y mi hermano se quedaron juntos.

En el otro colegio me sentí diferente y marginada, comencé de nuevo a creer que no valía, una de mis compañeras lo notó y yo acabé confesando cómo me sentía. Mi primer intento de suicidio fue a los nueve años, en quinto grado. Me salí de clases porque me sentía mal, en el baño había un vidrio roto e intenté cortarme las venas. Lo intenté mucho pero solo conseguí un par de rasguños. Mi confidente entró al baño y me calmó, esa vez pude ver en sus ojos miedo y tristeza, sus buenas intenciones no sirvieron de nada.

Yo parecía estar bien casi todo el día, y encerrada en la biblioteca o sola en el pasto conseguía sentirme tranquila. El problema era cuando esa pequeña vocecita subía a mi cabeza y me ahogaba en ella. Era incontrolable y sentía que incluso respirar dolía. Me entraba una desesperación insoportable y todo perdía sentido. Ese sentimiento es peor que la muerte misma.


Así es la crisis depresiva, incontrolable y acaba por consumirte.

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